Llevamos más de un año siendo testigos de un importante conflicto, viviendo el día a día mientras una guerra invisible acontece. En marzo del año pasado, Donald Trump escribió en su cuenta de Twitter algo que parecía un aviso y que reafirmaba su postura respecto a la política comercial de Estados Unidas, la cual, no resultaba ajena, pues desde su campaña electoral, había dejado en claro que América era primero.
Para el 8 de ese mismo mes, Estados Unidos había impuesto aranceles del 25% sobre el acero y el aluminio a China, en respuesta, el 23 de marzo China impuso aranceles por 3,000 millones de dólares sobre productos estadounidenses y para el 2 de abril, anunciaba gravámenes por la misma cantidad de dólares sobre productos americanos tales como la fruta, el cerdo, las nueces y el vino. A partir de este momento, ambos países estuvieron envueltos en la misma dinámica.
El 3 abril de 2018, Estados Unidos anunció aranceles a productos de alta tecnología por un valor de $50,000 millones de dólares. Al día siguiente, China anunció la imposición de aranceles del 25% sobre 106 productos americanos, incluida la soja y los vehículos. Este fue un ataque directo a los bienes en donde Trump era políticamente fuerte: los campesinos dedicados a la soya formaron parte crucial en la base de votos, el gobierno en compensación ofreció una ayuda de 2 billones de dólares.
Estos países son dos de las potencias más importantes de planeta y comercializan productos desde hace tiempo, Estados Unidos vende a China principalmente soja, vehículos, aviones y oro; y China, a su vez, vende a Estados Unidos tecnología, equipo de radiodifusión, ordenadores y muchos otros componentes electrónicos. Cuando Trump decidió imponer aranceles a estos productos, China tomó una de las decisiones más sorpresivas para el mundo y que atentaba con cierto límite psicológico ancestral: devaluó su moneda, el Yuan. Este se había mantenido en 7 yuanes por dólar, límite jamás traspasado pero que ahora era necesario atravesar.
Con la devaluación del yuan los impuestos se vieron compensados, ante esto Estados Unidos acusó a China ante el FBI y decidió subir los aranceles del oro y el petróleo. El 17 de abril el país oriental imponía aranceles antidumping sobre el sorgo estadounidense, un mes después, el 20 de mayo se logró llegar un acuerdo el cual fue botado el mismo día, pues el presidente del país norteamericano decidió retractarse y manifestar su preocupación, vía twitter una vez más, por las políticas chinas de transferencia forzada de tecnología y propiedad intelectual. Después de esto, los aranceles se intensificaron.
En junio, julio y agosto de 2018 China y Estados Unidos anunciaron la imposición de aranceles recíprocos de $50,000, $34,000 y $16,000 millones de dólares respectivamente, para el 24 de septiembre América había impuesto ya el 10% a productos chinos por un valor de $200,000 millones de dólares y China por $60,000 millones.
Es hasta noviembre que se registró un intento de acuerdo y en diciembre del mismo año se estableció una tregua temporal en la cumbre de líderes del G20, celebrada en Argentina, en donde Estados Unidos suspendió los nuevos aranceles por $200,000 millones de dólares, concesión temporal sujeta a ciertas condiciones: acordar negociaciones sobre cambios estructurales respecto a la transferencia forzada de tecnología, la protección de la propiedad intelectual y los servicios de agricultura. Esta negociación tendría que llevarse a cabo en un plazo de 90 días, si al final de ese periodo no se suscitara ningún acuerdo, los aranceles se elevarían del 10% al 25%.
Beijín se comprometió a dejar de importar más productos estadounidenses a su mercado, cuya suma es 4 veces inferior a las importaciones chinas en los Estados Unidos durante el 2017. Este acuerdo generó mucha incredulidad: por un lado el presidente Trump reconocido por sus impulsos y retóricas impositivas y por el otro lado, Xi Jinping, presidente chino con la voluntad férrea de no ceder ante dichos impulsos.
En enero 2019, el presidente de los Estados Unidos declaró que China era uno de sus principales enemigos, justo después del terrorismo. El acuerdo de los 90 días no llegó y para el 10 de mayo de 2019 el país del Norteamérica mantenía un 25% en aranceles con $250,000 millones de dólares en bienes y productos, el 13 de mayo China contraatacó con tarifas arancelarias que ascendieron a $60,000 millones de dólares. Ante esta situación, mercados como S&P 500, NASDAQ y DAX, cayeron con un -2,5%, -3,2% y -1,6% respectivamente porque los inversionistas comenzaron a temer, y ante el miedo se produjeron las caídas.
Recientemente, el gobierno de Donald Trump decidió aplazar el nuevo aumento del 25% al 30% en consideración del Año Nuevo chino que se avecina, un plazo que durará hasta el 15 de octubre. Este conflicto arancelario ha obligado a los mercados mundiales a girar la cabeza y morderse las uñas
Aun así, hay tantas preguntas por resolver, ¿por qué inició la batalla?, ¿quién la ganará?, ¿quién se verá afectado? Tratemos de ir por partes, para develar un poco las respuestas a estas interrogantes.
Esta guerra tiene un trasfondo político, es una competencia en producción: quién hace y produce más textiles, automóviles, tecnología, autopartes, etcétera. En esta materia, Estados Unidos ya está perdiendo, la falta de competitividad y de exportaciones en este país es evidente y ha caído desde los últimos 15 años, mientras China, con una visión progresista, ha venido creciendo desde hace 40 años, cuando sólo era una comunidad de pescadores.
Ambos líderes, muestran caras específicas para los grupos que representan, de esta manera aunque la parte comercial es la más afectada, queda en un segundo plano. Lo que Estados Unidos está haciendo, es enfrentar un país que produce distinto sin estar dispuesto al dialogo. Al hacer esto, Trump busca asegurar su reelección.
Cabe decir que la idea de “Guerra Comercial” es completamente opuesta al ideal del libre comercio. El presidente americano es, como algunos analistas dirían, proteccionista en temas de acero y aluminio, materiales esenciales para la defensa nacional norteamericana, según estas mismas perspectivas, lo que busca Trump es un tratado sin trampas, algo que en opinión de varios, China hace en demasía: roba propiedad intelectual y vende a precios más baratos, jugando afuera de las reglas del libre comercio.
El vencedor no está bien definido, de un lado tenemos a Estados Unidos, un país en donde solo el 20% del PIB es generado por el comercio y 12% por importaciones, una economía estable y del otro lado, a China, donde un tercio del PIB es generado por las mismas actividades, una economía altamente endeudada.
Lo cierto es que China busca no sólo poder comercial, sino geopolítico, ser el líder en su zona (Asia) y para lograrlo necesita dominar un lugar muy importante y que definirá el resultado de esta batalla: La ruta de la seda. Quien domine este bloque, se puede quedar con el crédito de ganador.
Mientras tanto, se recomienda invertir en compañías de servicios, pues los aranceles son aplicados a productos y materias primas y evitar comercializar con empresas manufactureras cuyo mercado sean estos países. No queda más que esperar, anticipar las caídas y buscar las oportunidades en medio de la crisis.
Napoleón decía que es muy fácil iniciar una guerra pero muy difícil acabarla y aún más difícil saber cómo. Así pues sigamos su consejo, las sorpresas todavía están por llegar y esta guerra se antoja larga y complicada. Vigilemos expectantes, las decisiones de los más poderosos y abracemos la posibilidad de salir bien librados del campo de batalla.


